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Francesc Miró: “Aunque la meritocracia no funcione, no debemos dejar de tener sueños”
El periodista valenciano acaba de publicar ‘El arte de fabricar sueños’, un ensayo sobre un mito que Estados Unidos ha exportado al mundo entero y que ha resultado ser un fiasco: el de la meritocracia.
Francesc Miró (Oliva, Valencia, 1992) aparece en una habitación luminosa con las estanterías cargadas de libros que pueden verse desde la pantalla durante nuestra videoconferencia. Es periodista cultural, autónomo, ha publicado varios ensayos de divulgación, escrito en multitud de medios, y ha sido redactor jefe para Kinótico, una experiencia que narra en su último ensayo, recién salido del horno: El arte de fabricar sueños. Un relato cultural sobre las trampas de la meritocracia (Barlin Libros, 2025). Para alguien que representa a la primera generación de su familia en realizar estudios superiores, el tema es ineludible, aunque Francesc más bien habla en clave generacional (la de los millennials) frente a un mundo incierto. Exploramos las ideas principales del volumen y reflexionamos sobre ese relato que se vendía como panacea y ha resultado ser un fiasco: el hombre o la mujer hechos a sí mismos, sobre todo entre los nacidos en cierta época.
¿Cómo surge este proyecto?
Al principio, le planteé a la editorial un libro que se iba a llamar El síndrome La La Land, porque yo detectaba que en algunas películas más mainstream se repetía un patrón que veía a mi alrededor: el hecho de que los proyectos personales de mucha gente de mi generación estaban disociados de los proyectos profesionales. Es decir, mucha gente de mi edad, para triunfar en sus trabajos lo dejaban con sus parejas, o renunciaban a tener hijos, etc. Veía que había un conflicto entre el proyecto profesional de estas personas que me rodeaban, entre sus voluntades personales y sus entornos afectivos, que cada vez eran más débiles, y que muchas de ellas se encontraban solas. Y me preguntaba por qué.
¿Crees que la meritocracia ha existido alguna vez? Bourdieu hace décadas escribió que la universidad servía para legitimar las posiciones de poder de gente que ya estaba naturalmente predestinada a ocupar estas posiciones de poder.
Creo que en algún momento eso se vinculó a la educación, y al sistema universitario público español, y hubo una generación que se lo creyó. Hay datos que demuestran que, durante un tiempo, la generación con estudios superiores podía acceder a un quintil mayor de poder adquisitivo que la generación sin ellos. Entonces, mis padres, sin estudios, delegaron en mí toda la confianza depositada en el sistema: ellos se esforzaban en pagarme una carrera, y en vivir en Valencia –cuando mis padres son de un pueblo llamado Oliva, que está a 70 kilómetros– para que yo pudiera tener una vida mejor que la que ellos habían tenido. En resumen, para que yo pudiera acceder a una clase social más cómoda. Yo creo que, para ellos, eso funcionó; el problema es que para muchos de nosotros no. Nosotros, los del 15-M, que hemos vivido una suerte de desapego hacia los sueños y los proyectos realmente emancipadores del siglo XXI, siempre fuimos conscientes de que, quizás, vivíamos peor que nuestros padres, pero eso no quitaba para que el relato de la meritocracia estuviera ahí, y que a lo mejor tuviéramos que enfrentarlo en muchas ocasiones.
Respecto a lo que dices de Bourdieu, el relato meritocrático, en algún momento, fue algo más que una excusa de las clases altas para justificar su posición de poder. Incluso en Estados Unidos, durante la década de 1980, hubo una clase media que progresó a partir de ese relato. Para ciertas generaciones, durante un tiempo, ese relato meritocrático funcionó. Lo que pasa es que permanentemente nos fijamos en la excepción y no en la norma: en las pocas generaciones a las que les funcionó, y no en la inmensa mayoría que hemos sido engañados.
Yo escribí un libro llamado Vivir peor que nuestros padres (Anagrama, 2023)y esta conversación me interpela directamente. En tu libro dices que sí vivimos peor que nuestros padres, me lo acabas de confirmar, pero que ese discurso es desmotivador. Ahora bien, ¿se puede rechazar un argumento que es cierto, que tiene una solidez constatada con datos, según el efecto que crees que provoca? Quizá desmotiva, aunque para otra gente puede que no sea desmotivador. En cualquier caso, eso no lo hace menos cierto.
Mira, tengo tu libro aquí [me lo enseña en la pantalla]. Me he fijado en esa desmotivación, en esa desmovilización, porque creo que estamos muy quietos en cuanto a proyectos emancipadores. No encontramos algo a lo que podamos asirnos para labrarnos un futuro mejor. Esto lo dice también Layla Martínez en Utopía no es una isla (Episkaia, 2020), que no somos capaces de imaginar futuros mejores y entonces habitamos constantemente en la distopía. Pero, a la vez que digo que este discurso generacional es desmotivador y no moviliza a gran parte de la juventud, en el último tramo del libro hago hincapié en que tener sueños y mantener la esperanza nos hace más soportable la realidad. Es decir, aunque la meritocracia no funcione, no debemos dejar de albergar sueños y de luchar por ellos, porque si no es así, entonces ya habremos aceptado la derrota. Y es en ese impasse donde se inscribe el libro. Yo creo que tenemos que seguir peleando por cumplir nuestros sueños, o al menos por tenerlos, es decir, por crecer y educarnos con esperanza, sin que esto nos haga mirar constantemente a la generación de nuestros padres; sin que eso nos disuada de construir un futuro. Es ahí donde intento no perder la esperanza y generar un poquito de luz en el relato crítico sobre la meritocracia.
¿Crees que el hecho de que la meritocracia haya sido una gran mentira desde, al menos, la crisis de 2008 hace que, de alguna manera, la izquierda esté tan derrotada ahora? ¿Crees que ha tenido un efecto en la debacle de las izquierdas en España y en otros países?
Sí, creo que sí. Al menos en una parte que considero relevante: de alguna forma, las izquierdas actuales batallan en la resistencia, es decir, en no perder más derechos en lugar de en conquistar otros nuevos. Batallan en lo existente, y no en un terreno por sembrar y en el que recoger frutos nuevos. Eso es una limitación epistemológica, porque no propone cosas ilusionantes, lo que hace es resistirse a que las cosas vayan peor. A la vez, el relato meritocrático sigue vigente porque es esperanzador, porque le dice a la gente que ellos pueden labrarse su propio futuro, al margen de consideraciones económicas o sociales. Que, con su esfuerzo, pueden acceder a un ascensor social al que, de otra forma, no accederían. Esa debilidad de las izquierdas, o esa ausencia de relatos emancipadores, hace que realmente nos atomicemos en proyectos individuales y dejemos de pensar en colectivo. Lo colectivo ha dejado de tener el peso que tenía. Hemos visto que, si no podemos progresar en sociedad, al menos, podemos progresar en lo individual. Por eso hablo en el libro de lo que Richard Sennett llamaba “el pronombre peligroso” [nosotros] y de empezar a pensar en colectivo. Eso nos puede llevar de nuevo a darnos cuenta de que nuestros problemas individuales son comunes, y las mejoras pueden alcanzarse a través de generar alianzas y complicidades compartidas. Y creo que la izquierda ha perdido eso: se ha atomizado en un relato que no genera posibilidades de futuro, sino que se resiste al cambio del presente a peor.
¿Crees que el trabajo debería ser desbancado como lógica que dé sentido a una identidad? Si la meritocracia no nos lleva a ningún sitio, genera una serie de decepciones, entonces, ¿podríamos articular sociedades e identidades al margen del trabajo, reclamar una renta básica universal, vivir en cooperativas, o volver a los pueblos, donde las casas son más baratas…? Un cambio de paradigma.
Creo que sí. Creo que esto nos pasa mucho a gente que nos dedicamos a profesiones creativas, a los que somos autónomos, a un sector del mercado laboral que vincula mucho su autoestima a cómo se desempeñe en su profesión. Y creo que esto viene de muy lejos; en el libro hablo del protestantismo. La meritocracia hace que nos imputemos el éxito a nosotros mismos porque nos lo hemos currado, pero también que nos imputemos todos los fracasos, no por circunstancias externas como la raza, el género o el origen social, sino porque no nos hemos esforzado lo suficiente. Ahí creo que la meritocracia nos ha ganado en el relato, porque nos lo hemos creído y porque es difícil desvincular nuestra consideración personal del trabajo. Por lo tanto, separar lo que nos realiza de lo que hacemos me parece esencial. ¿Las vías para hacerlo? Pues es verdad que existen proyectos de mejora, como la renta básica universal. Si no tenemos que depender de este plato de lentejas, porque este plato va a llegar igualmente, puedo dedicar esfuerzos a cosas que me hacen feliz y me motivan, y eso es muy liberador, pero no estamos ahí aún. Por eso abogo por poner límites a la idea de la realización personal a través del trabajo, sabiendo que en el futuro deberíamos trabajar estas ideas: renta básica, proyectos colaborativos de crianza y de progreso, de cuidados… que deberían ser de todos en cuestión de género, colectivizarlos. Sí, un buen inicio sería desvincular la realización personal de lo que hacemos para ganarnos el pan.
Hablas de la ética protestante, y en el protestantismo el trabajo ha sido siempre un valor. Pero en el catolicismo el trabajo es un castigo divino. ¿Necesitamos un poco más de catolicismo?
[Risas] Puede ser, lo malo es que del catolicismo también hemos heredado la idea de que nos elevamos a través del sufrimiento, que está muy vinculada a la meritocracia. Es la idea de que, si las pasamos canutas para conseguir un objetivo, nuestro objetivo es más noble. Y esa idea deberíamos colocarla en otro lugar para intentar vivir mejor.
Explicas que el mito de la meritocracia procede, en gran parte, de Estados Unidos y, en concreto, del relato del “american dream”. Si Estados Unidos hoy está perdiendo a pasos agigantados su hegemonía cultural (aunque no militar), ¿podría decaer también el relato de la meritocracia?
Pues ojalá eso nos ayude a poner las cosas en su sitio. La pérdida de hegemonía cultural de Estados Unidos se está produciendo a marchas forzadas y ser testigo de eso me parece importantísimo. Pero, a la vez, creo que hay cosas que están enquistadas desde la educación. Es decir, confío en que las generaciones futuras se eduquen en un sistema cultural más diverso donde no tengan una hegemonía cultural completa de Estados Unidos ni del sueño americano, y en el que Hollywood no exporte tantas ideas. Pero nosotros estamos un poco atados al audiovisual que vimos cuando crecimos, y a ciertas ideas que abrigamos durante la infancia y la adolescencia. El proceso posterior pasa por intentar superar todo aquello que creímos que era el mundo y cómo funcionaba. Podemos poner mucha fe en que esa pérdida de hegemonía cultural traiga ideas nuevas y el fin de la meritocracia, pero, al mismo tiempo, creo que nuestra generación no está capacitada para asimilar ese cambio porque ha bebido durante muchos años de esa botella.
Ya para finalizar, ¿qué es vivir mejor?
Para mí vivir mejor es ser más felices. Lo explico: sería pensarme a mí mismo como parte de una red afectiva sana y fuerte que me sostenga tanto en lo emocional como en lo económico. Es decir, que no todo dependa de mí todo el rato. Porque estos proyectos de progreso individual a lo mejor le han funcionado a un 0,5% de la población, pero la inmensa mayoría de la gente está muy frustrada por verse donde se ve. Vivir mejor para mí es eso: tener una parte afectiva que nos corresponde y, a la vez, tener ciertas necesidades básicas cubiertas. Aquí me refiero al tema de la vivienda, de los alimentos, al coste de la vida, a tener tiempo para hacer cosas que no sean productivas o que no estén vinculadas con ganarme el pan o con pagar el alquiler. Eso sería vivir mejor. Porque intento dedicarme al periodismo cultural y ahora mismo me está costando llegar a pagar la cuota [de autónomos], a pagar el alquiler, pero para mí la cultura es algo más que ocio, y el ocio es algo más que un entretenimiento que nos desvincula de nuestra vida diaria. Al contrario, forma parte de lo que nos configura como personas y nos hace sentir, y nos une a los demás. Vivir mejor sería tener una parte afectiva sana, tener unas necesidades básicas cubiertas y disponer de mi tiempo libremente; no ser esclavo del productivismo, no tener que trabajar 12 horas al día para llegar a fin de mes.
Me da la sensación de que nuestra generación lo único que tiene es tiempo, porque patrimonio no tiene, dinero no tiene, sólo tiempo, y también eso nos lo está arrebatando un sistema que nos ahoga constantemente.
¿qué es para tí vivir mejor?
Vivir mejor sería tener una parte afectiva sana, tener unas necesidades básicas cubiertas y disponer de mi tiempo libremente; no ser esclavo del productivismo, no tener que trabajar 12 horas al día para llegar a fin de mes.
DEFENDAMOS LO PUBLICO. LOS BIENES DEL COMUN. HAN COSTADO LUCHAS Y SANGRE CONSEGUIRLOS Y NOS LOS ESTAMOS DEJANDO ARREBATAR SIN HACER NADA.
OXFAM INTERMON: Defiende un sistema de cuidados digno y justo.
Hay trabajos que sostienen la vida y siguen siendo invisibles.
Como el de miles de personas que cuidan cada día a sus seres queridos en soledad. Sin reconocimiento, sin apoyo y sin un sistema que les respalde.
Porque en nuestro país, cuidar es sinónimo de ayudas que no llegan. De familias que cargan solas con esta responsabilidad, con un peso desproporcionado sobre las mujeres. Y de listas de espera interminables para acceder a la Ley de Dependencia: cada 15 minutos una persona muere esperando la asistencia que le corresponde.
Y nos han hecho ver que es normal un sistema que ignora el derecho más básico: cuidar y ser cuidado con dignidad. Pero no lo es.
Porque cuidar y ser cuidado no es un privilegio. ¡Es un derecho!
Cuidar forma parte de la vida y como sociedad debemos exigir un sistema de cuidados justo, digno y público.
Pedimos cambios urgentes en la Ley de Dependencia:?
? Eliminar las listas de espera para acceder a los servicios y prestaciones que contempla la ley: hoy la espera media es de 334 días.
? Aumentar la cobertura de las ayudas públicas: recibir entre 200 y 500 euros al mes no es suficiente.
?Mejorar la frecuencia de las visitas: ?muchas personas reciben insuficiente asistencia a domicilio.
?Reconocer a quienes cuidan: con apoyo económico y social para que no estén solas ni desprotegidas.
Firma en apoyo a nuestra petición para exigir un sistema de cuidados justo:
?https://www.oxfamintermon.org/es/exige-cuidados-dignos-ley-dependencia?j=462556&sfmc_sub=131721072&l=122_HTML&u=12698173&mid=510010362&jb=802&Tematica=transformacion&Subtematica=cuidados&