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Lo probable está escrito sobre un fondo rojo, como la revolución

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Opinión

Lo probable está escrito sobre un fondo rojo, como la revolución

"El mundo estaba antes de la pandemia lleno de sufrimiento, de un sufrimiento directamente vinculado a nuestra forma de organización social".

Un hombre mira su móvil en la ventana. Jon Nazca/REUTERS
Noelia Adánez
13 abril 2020 Una lectura de 3 minutos
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El paso del siglo XX al XXI y su épica tardocapitalista nos hizo creer –al menos en el mundo occidental– que todo era posible. Posible vivir ls desigualdades sociales sin necesariamente revertirlas; posible convivir con altos niveles de violencia y segregación de grupos humanos por razón de género, clase o raza; posible afrontar amenazas como el terrorismo global sin asumir responsabilidades ni distribuir recursos simbólicos y materiales que lo neutralicen; posible asolar el planeta, exprimir cada gota de agua y cada soplo de aire sin plantearnos seriamente que todo, absolutamente todo, tiene un fin. Salvo, aparentemente, nuestras ansias de reducir la voluntad y la acción humana a la (i)lógica de lo posible, que no se agotaban nunca. Esas ansias.

Lo posible nos ha hecho llevar nuestra ambición muy lejos y en una dirección destructiva. Hemos desarrollado una imaginación destructiva por contraria a la vida. El mundo estaba antes de la pandemia lleno de sufrimiento, de un sufrimiento directamente vinculado a nuestra forma de organización social. Todas lo sabemos. 

No se vive bien rodeadas de sufrimiento, por más que juguemos a que el sufrimiento nunca es nuestro sino de otras, cuyos dolores –pensamos– no deben dolernos o deben dolernos con una intermitencia tolerable, que hemos manejado como manejamos la interacción en redes sociales: sincopadamente. Sincopadamente también nos expresamos, con la urgencia de satisfacer una demanda perenne de opinar que nos facilita una forma de comunicación poco significativa y, por la misma razón, de lo más acomodaticia, porque entraña poco riesgo y enorme visibilidad. Es el narcisismo, amigas.

¿No sentís una enorme presión, a veces, por manifestaros respecto de un asunto concreto? Me refiero a escaso deseo pero mucha presión. ¿Y no reparáis en que a menudo atendemos a la presión y obviamos ese ‘deseo’ que puede estar encubriendo una pulsión genuina e inaplazable de verdad? ¿De nuestra verdad; esa que guardará o no relación con la manifestación que os sentís presionadas a hacer, con la opinión que os sentís obligadas a dar? Pero al opinar, diferimos la búsqueda de verdad. Al ‘conectarnos’ en redes sociales, al expresar o manifestar una opinión, deslocalizamos un proceso de introspección necesario para ser más curiosas, más inteligentes, más desafiantes, más felices, para estar más vivas. 

Estar vivas entre todas sería algo verdaderamente esperanzador. 

Pero hay veces que la vida, incluso cuando todas estamos a favor, no es posible. En ocasiones es probable, es decir: la vida no se juega a cara o cruz sino que admite gradaciones. La pandemia, tal vez, nos coloca ante la situación de entender que debemos sustituir el paradigma épico y triunfalista de la posibilidad, en el que la vida era algo que se daba por sentado, por otro más complejo de la probabilidad, de la gradación, de la pausa, que admite que la vida no se puede suponer por la sencilla razón de su consustancial contingencia. 

Puede ser que salgamos de esta pero también puede ser que no. Puede ser que lo que creíamos que era mañana es simplemente hoy, y hoy es todo, y todo no era posible, por lo que hoy no se prolongará en mañana. Puede ser que logremos darle a esa provisionalidad una dimensión política, o puede ser que no. Debemos estar preparadas.

(Mientras escribo voy una y otra vez, como hago desde hace días, a la pantalla de mi teléfono, porque espero una noticia improbable. Como sé que es muy seguro que no la recibiré, cuando por fin pongo los ojos sobre la pantalla del móvil, lo hago para constatar: 1) que el rojo es un color cálido y bonito; 2) que solo nos queda esperar; 3) que para siempre la espera en mi cabeza estará asociada al color rojo; 4) que es probable que la muerte también; 5) que el rojo cumplirá su función de alerta, para que parece que fue culturalmente destinado y 6); que ojalá mi hijo tenga razón, y el rojo augure un tiempo revolucionario.)

Este dolor es revolucionario. La revolución quizá no sea posible pero es probable si la pensamos como un cambio manejable, abierto a aceptar antes que ninguna otra cosa que la vida –y todos los cuidados que requiere la existencia– no pueden, nunca más, darse por supuestos.

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Comentarios
  1. Juancho dice:
    20/04/2020 a las 23:35

    la pobreza a Cuba la llevó el embargo economico que le aplicó EEUU hace decadas, pero eso si; el asesino es el comunista Fidel.
    cada uno vemos el mundo a nuestra manera

    Responder
  2. cambo dice:
    18/04/2020 a las 14:19

    trump contra la oms , 2º acto, la burla del sicopata
    https://www.youtube.com/watch?v=5tfJtM5_gFg

    Responder
  3. Marcos dice:
    14/04/2020 a las 04:12

    Fidel llevó a la extrema pobreza a Cuba, sería bueno tenerlo en mente. Salir de un agujero para meternos en otro no creo sea la solución. Al ser humano sólo le queda cambiar o cambiar.

    Responder
  4. Chorche dice:
    13/04/2020 a las 13:52

    Fidel lo repitió muchas veces: «el neoliberalismo conduce al mundo entero al genocidio»; «el capitalismo es un genocidio para el mundo de hoy». Y lo dijo con un énfasis particular cuando se derrumbó el socialismo en Europa y el coro triunfal de la derecha celebró el advenimiento del Reino Absoluto del Mercado como sinónimo de «libertad» y «democracia», mientras buena parte de la izquierda mundial se replegaba, desmoralizada.

    Como el rey, «el sistema está desnudo, ya no es posible ocultar su realidad fatal con alienación cultural»
    (Abel Prieto. «El rey desnudo)

    Responder

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