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Terroristas franceses contra Francia, ¿por qué?

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Terroristas franceses contra Francia, ¿por qué?

Los dos hermanos que ejecutaron la masacre de 'Charlie Hebdo' eran franceses. Cinco de los nueve yihadistas que sembraron el terror en París en noviembre de 2015 eran de esa misma nacionalidad.

Un hombre se informa sobre los atentados terroristas de París en 2015. FOTO: TERESA SUÁREZ.
José Bautista
30 marzo 2017 Una lectura de 8 minutos
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Este reportaje forma parte del dossier sobre Islam y convivencia de #LaMarea42, a la venta en nuestra tienda online.

Los dos hermanos que ejecutaron la masacre de Charlie Hebdo eran franceses. Cinco de los nueve yihadistas que sembraron el terror en París en noviembre de 2015 eran de esa misma nacionalidad. Por aquel entonces había 405 franceses haciendo la yihad en Siria y un año después eran 609, según el Ministerio del Interior galo, una cifra que el comisario europeo de Justicia eleva a 1.450. Los dos terroristas que entraron en una iglesia de Saint-Étienne-du-Rouvray y mataron a un sacerdote también habían nacido, crecido y estudiado en el Hexágono. Todos eran jóvenes. Los sondeos estiman que la población musulmana de Francia oscila entre cuatro y diez millones de personas –la legislación francesa prohíbe que las estadísticas oficiales clasifiquen religión y raza–, lo que deja a los protagonistas de los atentados en absoluta minoría. No obstante, la radiografía del Islam francés deja poco espacio para las dudas: los musulmanes galos tienen menos trabajo, menos estudios y menos recursos económicos.

La última encuesta del Instituto Ipsos para el diario Le Monde revela que cuatro de cada cinco musulmanes de Francia son extranjeros o hijos de inmigrantes procedentes de las antiguas colonias en el Magreb (70%) y África subsahariana (10%). El 67% tiene menos de 35 años y su tasa media de desempleo es del 23%, más del doble que la media nacional. Tres de cada cuatro viven en barrios de bajos ingresos y sólo la mitad tiene estudios de secundaria o superiores. Si abrimos el campo de visión, las cifras también son inquietantes: según la misma encuesta, el 63% de los franceses considera el Islam como «no compatible con los valores de la sociedad francesa«, mientras que el 74% opina que esta religión «pretende imponer su forma de funcionamiento a los demás». La división está servida. ¿Qué lleva a alguien a atentar contra su propio país? ¿Por qué el radicalismo y la islamofobia toman fuerza ahora y no antes? ¿Por qué Francia?

Rashida es una chica francesa de madre marroquí. Vive en el distrito 93, en la periferia de París, y es musulmana pero no lleva velo. Ella prefiere llamarlo fular. «Tengo miedo de poner mi foto en el currículum porque se ve que tengo rasgos árabes y eso complica las cosas». Mariam, limpiadora gala de padres malienses también se queja: «Por teléfono todo va bien, pero cuando te ven con velo todo cambia». Ahmed vive en Clichy-sous-Bois, localidad de mayoría musulmana cercana a la capital francesa que en 2005 fue epicentro de un estallido de violencia sin precedentes. «Con lo de Charlie Hebdo cambiaron las miradas . Tenemos miedo de que nos agredan y ellos tienen miedo de nosotros», opina. El radicalismo es un fenómeno complejo, pero la mayoría de expertos coincide en que la discriminación y la frustración están entre sus principales ingredientes. Francia acumula estos dos componentes desde hace casi tres generaciones. Durante muchos años la cuestión estuvo relegada a un segundo plano, pero ahora el tema vuelve al centro del debate y la palabra Islam aparece hasta la saciedad en periódicos, cafés y televisiones. Un ejemplo de esta obsesión es el burkini.

Cuando argelinos, marroquíes y otros inmigrantes de antiguas colonias llegaron a Francia, la floreciente economía del país les brindó un trabajo rápidamente. Entre otras medidas, el Estado construyó viviendas para acoger a los miles de obreros que llegaban a los puertos, sobre todo al de Marsella. Sin embargo, dejó una tarea pendiente que ningún Gobierno ha sabido abordar de forma definitiva: la renovación de la idea de identidad francesa. Pasaron los años y muchos de esos barrios se transformaron en los guetos de «franceses de segunda» que hoy se extienden por las periferias. Mamia vivió ese proceso en persona. Esta musulmana de pelo rubio –no usa velo– creció en La Deveze, un barrio sensible de Béziers, cerca de Montpellier, en el que la mayoría de la población es de origen magrebí y los indicadores sociales están a décadas de la media francesa.

Mamia llegó en 1977, con nueve años, y recuerda que entonces «había muchas comunidades, pero ahora se reagrupan muchos magrebíes que no tienen otra opción». Opina que la convivencia es más difícil después de los atentados. «Me siento como una mierda cuando los medios nos meten a todos en el mismo saco», dice Mamia. El mismo día que hablaba con La Marea, el diario Le Figaro publicaba: «El profeta Mahoma dijo a sus fieles ‘La tierra pertenece a Dios y a su enviado’. Por tanto la misión de los musulmanes es conquistar el mundo». «Del lado musulmán la gente se siente señalada con el dedo, estigmatizada, discriminada; del otro lado de la sociedad francesa, la gente se sorprende de que los musulmanes ‘no entiendan que son un problema’”, explica Abdennour Bidar, filósofo y miembro del Observatorio para la Laicidad.

La sensación de rechazo y abandono, la falta de perspectivas y la ignorancia propia de la edad convierten a muchos jóvenes en objetivos fáciles para los reclutadores del ISIS. «Se dirigen a jóvenes hipersensibles, es la única característica común; son chicas y chicos que se hacen preguntas sobre la sociedad y la justicia, y les dicen que la diferencia que sienten frente a sus padres, amigos, pareja, es la prueba de que Dios les ha elegido para una misión». Lo explica Dounia Bouzar, una de las cofundadoras del Centro de Prevención contra las Derivas Sectarias Vinculadas al Islam. Esta mujer lleva más de diez años arrebatando presas de las garras del ISIS.

El perfil de yihadista francés no corresponde con el cliché de barbudo obsesionado con el Corán sino más bien con el de jóvenes de barrios difíciles y con problemas de delincuencia que se radicalizan a través de Internet, aunque no todos los casos de radicalización están vinculados a la exclusión social y los problemas de identidad cultural. Es el caso de Cathy, que pertenece a una familia estable de clase media y de padres agnósticos. Tras dos meses flirteando con el submundo del integrismo a través de las redes sociales y por teléfono –uno que le mandaron sus recrutadores–, sus padres advirtieron sus cambios de actitud y la pusieron en manos de Bouzar. «Me hicieron creer que Dios me había escogido para unirme a ellos para cumplir la misión que nos había encomendado Alá», explica esta joven en referencia a los islamistas que trataron de engatusarla. Ni todos los padres son tan reactivos como los de Cathy, ni todas estas historias tienen final feliz.

Un musulmán pasea por una calle de París. FOTO: TERESA SUÁREZ.

 

Una máquina de hacer votos

La obsesión de Francia con su identidad va camino de convertirse en una tradición. La crisis y los atentados han avivado el nacionalismo y deformado los de por sí omnipresentes estereotipos, como la creencia de que el Islam es incompatible con los valores de libertad y laicidad que definen la República. Marine Le Pen, líder del partido de extrema derecha Frente Nacional, sería la segunda candidata más votada si las presidenciales previstas para abril de 2017 se celebraran hoy. Atacar al radicalismo desde la raíz no ha sido una prioridad para ninguno de los gobiernos franceses. Más allá de elevar la presión policial sobre los sospechosos y sus lugares de encuentro o aumentar la vigilancia en la calle y en Internet, los gobernantes pusieron y ponen más empeño en la creación de espacios institucionales dedicados al Islam que en la erradicación de los problemas materiales e identitarios que llevan a muchos jóvenes a inclinarse por una religiosidad tóxica.

François Miterrand fue el primer presidente en mostrar interés por los problemas de integración de los inmigrantes de las colonias y sus descendientes, lo que le llevó a crear el Alto Consejo de la Integración, una instancia de reflexión y consejo. Años más tarde, Nicolas Sarkozy cambió la estructura de este organismo para añadir un área que velase por la laicidad y que ha generado numerosas controversias, como cuando propuso la prohibición del velo en las universidades. Sarkozy ha vuelto al ruedo político y, si gana las primarias de su partido, volverá a ser candidato a la presidencia. En esta ocasión la identidad francesa es el «primer combate» de su programa, según sus palabras, así como del resto de candidatos de su partido, Les Républicains.

En 2003, Sarkozy creó el Consejo Francés del Culto Musulmán. Desde entonces la institución está paralizada por las querellas y choques con el influyente Ministerio del Interior y las delegaciones diplomáticas de países como Marruecos y Argelia. Con François Hollande al mando, Sarkozy propuso crear centros de «desradicalización» y la expulsión y retirada de nacionalidad de franceses con «expediente S», es decir, sospechosos de estar tramando un atentado. Pese a haber apoyado a grupos islamistas durante la guerra civil de Libia, de haber recibido presuntamente dinero procedente de Gadafi para su campaña y de no haber tomado ninguna medida significativa para combatir el radicalismo en Francia, Sarkozy acusó al Ejecutivo socialista de haber «dimitido» en la batalla contra el radicalismo después de suspender la prohibición del burkini.

La respuesta de Hollande tras los atentados para frenar el extremismo puede resumirse en tres acciones: situar a la Policía por encima de la ley, aumentar las acciones militares en Siria y otros países incluidos en la lista negra del terrorismo internacional y reforzar las medidas de seguridad en lugares sensibles como comercios, sinagogas o escuelas. Tras el ataque a la sala Bataclan y varios restaurantes de París, Hollande llegó a pedir la retirada de nacionalidad para los franceses con doble ciudadanía implicados en actos de terrorismo. Desde el atentado a Charlie Hebdo, el primer ministro, Manuel Valls, ha expulsado de Francia al menos a 80 imanes acusados de instigar al odio.

La última propuesta del presidente socialista está decorada con retórica cultural y consiste en crear un «Islam a la francesa» a través de la Fundación por el Islam de Francia, una institución creada para, entre otras cosas, formar imanes lejos de la influencia de países como Arabia Saudí y controlar la financiación para la construcción de nuevas mezquitas en territorio francés, una actividad relativamente opaca. La idea es similar a la que tuvo el exprimer ministro Dominique de Villepin en 2005.

Valls defendió recientemente la creación de un fondo de financiación pública para la religión musulmana, una idea que choca con la sagrada laicidad de la República francesa, regida por una ley de 1905. En principio, el Estado pondrá un millón de euros pero abrirá la puerta a donaciones privadas. La fundación ya cuenta con un millón donado por Serge Dassault, político conservador y presidente del imperio periodístico y armamentístico más grande del país. «Demasiados ciudadanos se dejan convencer por la idea peligrosa y falsa de que no podemos vivir juntos porque somos demasiado diferentes», opina el filósofo y alto funcionario Abdennour Bidar, quien añade que el problema de Francia y del Islam es el mismo: «Una crisis de identidad histórica que deberíamos afrontar juntos».

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